Partículas de luz atravesando el éter, la lluvia fina que besa nuevamente nuestro refugio esquimal, buenas vibraciones.
James no miente cuando asegura que Sam Cooke y Bon Iver le han marcado tanto como Burial. Estas once canciones son la línea de meta de una carrera de dos años, en paralelo a todos los EPs y singles que ha publicado hasta ahora. Un disco alucinante por la conexión total entre las letras, los estados de ánimo que trazan y la forma de encajar el piano y los ambientes, con una producción deslavazada que deja espacio a cada gramo de sonido y preserva la emoción de cosas como "I Never Learnt To Share" ("The Wilhelms Scream" es otro momento brillante y va para single del año), aislándola al vacío, construyendo una habitación a medida para cada uno de los recuerdos con los que Blake ha levantado estas canciones.
Gris, granate y azul: colores hacia sí mismo.
Juan Monge
desde www.rockdelux.es
Gris, granate y azul: colores hacia sí mismo.
Juan Monge
desde www.rockdelux.es
AUSTRA
Feel It Break
paper bag/domino, 2011
Feel It Break
paper bag/domino, 2011
Hay bandas que te agarran desde un comienzo, así como un flechazo fulminante parecido al amor a primera vista o al encantamiento primario, Austra es un trío canadiense que sabe bien como hechizar, con el aura espectral de Katie Stelmanis y su voz sensitiva (entre Siouxsie y Zola Jesus pero más cercana), van esculpiendo refinadas joyas de pop misterioso y electrónico, su disco debut "Feel It Break" lo publicaron en mayo y ya viene dando que hablar, de inmediato les han comparado con The Knife, Depeche Mode, PJ Harvey y con el nunca bien ponderado Witch-House, algo de eso tenemos, pero acá lo que más luce es una magia propia que comienza a extenderse como la primera escucha de The Cure por ejemplo, imágenes secretas.
Junto a Katie conforman Austra, Dorian Wolf en bajo y la baterista Maya Postepski (de todas maneras en sus presentaciones en directo se muestran como cuarteto + 2 coristas), entrar en "Feel It Break" es correr en telón del tiempo y dejarse seducir por la estética New Wave 80s', esta vez tonificada por un sonido luminoso y actual, al primer paso la sedante "Darker Her Horse", jugueteando entre lo orgánico y lo electrónico, una danza contenida y elegante junto a la voz operática de Katie que se eleva mucho más allá de las sombras, esencialmente pop, pero enrarecida con el gusto de la banda por la maraña goth, el resultado es precioso. Luego viene "Lose It" uno de los singles y con muy buen video además, es uno de esos temas que demoran un poco en degustarse, pero que al final terminan por quedar prendados, una historia de locura con toques Synth-Pop y voces ensoñadoras, un jardín colgante, visiones oníricas. Y si lo que buscas es bailar por favor quedate un rato en "Beat & The Pulse", sin exagerar una de las canciones del año, lo tiene todo, pulso maquinal, belleza melódica, ambiente nocturno, sentimiento, Katie y su baile personal observándonos a través del vitral clarividente.
Austra empuja el sonido Dark Wave hasta territorios purificadores, la música como un prado angelical, dibujos infantiles que resplandecen en la memoria, "Feel It Break" es un disco que te sacará de paseo por la plazuela invernal y esos juegos sugerentes volverán a merecer una mirada. Produce Damian Taylor quien antes ha trabajado junto a Björk, The Prodigy y UNKLE.
Una gran sorpresa.
Raúl Cabrera H.
Junto a Katie conforman Austra, Dorian Wolf en bajo y la baterista Maya Postepski (de todas maneras en sus presentaciones en directo se muestran como cuarteto + 2 coristas), entrar en "Feel It Break" es correr en telón del tiempo y dejarse seducir por la estética New Wave 80s', esta vez tonificada por un sonido luminoso y actual, al primer paso la sedante "Darker Her Horse", jugueteando entre lo orgánico y lo electrónico, una danza contenida y elegante junto a la voz operática de Katie que se eleva mucho más allá de las sombras, esencialmente pop, pero enrarecida con el gusto de la banda por la maraña goth, el resultado es precioso. Luego viene "Lose It" uno de los singles y con muy buen video además, es uno de esos temas que demoran un poco en degustarse, pero que al final terminan por quedar prendados, una historia de locura con toques Synth-Pop y voces ensoñadoras, un jardín colgante, visiones oníricas. Y si lo que buscas es bailar por favor quedate un rato en "Beat & The Pulse", sin exagerar una de las canciones del año, lo tiene todo, pulso maquinal, belleza melódica, ambiente nocturno, sentimiento, Katie y su baile personal observándonos a través del vitral clarividente.
Austra empuja el sonido Dark Wave hasta territorios purificadores, la música como un prado angelical, dibujos infantiles que resplandecen en la memoria, "Feel It Break" es un disco que te sacará de paseo por la plazuela invernal y esos juegos sugerentes volverán a merecer una mirada. Produce Damian Taylor quien antes ha trabajado junto a Björk, The Prodigy y UNKLE.
Una gran sorpresa.
Raúl Cabrera H.
Gracias a la oleada de bandas revivalistas de ese movimiento de finales de los 70’s y principios de los 80’s denominado por los especialistas con la etiqueta de post-punk, el nuevo milenio vio a Wire erigirse como una de las agrupaciones más influyentes en la historia del rock independiente. Su legado se basa principalmente en sus primeros tres discos, pertenecientes a esa clase de obras que no pueden faltar en la colección de cualquier melómano (para los desentendidos, nos referimos a "Pink Flag" 1977, "Chairs Missing" 1978 y "154" de 1979, que aún hoy suenan terriblemente innovadores). El nuevo milenio también los vio sacando nueva música que, contra todos los pronósticos, es de una calidad sobresaliente.
Y aquí estamos, hablando de "Red Barked Tree", apenas el duodécimo álbum de estudio de Wire en 34 años. Como en su placa anterior ("Object 47", de 2008), el cuarteto devenido a trío (el histórico guitarrista Bruce Gilbert dejó el grupo en 2004) se asienta en su costado más pop, aquel que en el pasado salió a relucir en canciones de la talla de "Outdoor Miner" y que aquí dice presente con resultados más que notables en "Please Take", el track inicial; "Clay", con su base de bajo reciclada de "I Am the Fly", uno de los clásicos del grupo; y la angular "Bad Worn Thing", en las que sintetizadores y líneas tenues de guitarra flotan sugestivamente.
Como buenos ex participantes de la explosión del ‘77, en "Red Barked Tree" también hay dosis vitales de ritmos acelerados y guitarras robustas. La simplísima "Moreover" acumula capas y capas de distorsión y la apropiadamente titulada "Two Minutes" son dos minutos de potencia dadaísta auxiliada por una letra absurda y estrafalaria (“Un pato de caricatura sucio cubre una aldea de mierda, posiblemente señalizando el fin de la civilización occidental”).
Esta síntesis de punk y pop experimental no descubre ninguna faceta nueva en Wire y en ocasiones hasta amenaza con lanzar al ambiente un alarmante tufillo a banda establecida y cómoda en su madriguera, pero afortunadamente "Red Barked Tree" también cuenta con rarezas como la etérea "Adapt", con sus texturas de ensueño y "Red Barked Trees", lo más parecido a una tonada de folk psicodélico que hayan grabado estos veteranos del post-punk.
Más allá de que no llega a los niveles de su magistral tríada inicial (y quién puede culpar a la banda por no conseguirlo), "Red Barked Tree" es un índice más que manifiesto de que el grupo no sólo se conserva de forma impecable, sino que también es actualmente capaz de superar a varios de sus imitadores más jóvenes.
Emmanuel Patrone
desde www.indiehearts.com
Y aquí estamos, hablando de "Red Barked Tree", apenas el duodécimo álbum de estudio de Wire en 34 años. Como en su placa anterior ("Object 47", de 2008), el cuarteto devenido a trío (el histórico guitarrista Bruce Gilbert dejó el grupo en 2004) se asienta en su costado más pop, aquel que en el pasado salió a relucir en canciones de la talla de "Outdoor Miner" y que aquí dice presente con resultados más que notables en "Please Take", el track inicial; "Clay", con su base de bajo reciclada de "I Am the Fly", uno de los clásicos del grupo; y la angular "Bad Worn Thing", en las que sintetizadores y líneas tenues de guitarra flotan sugestivamente.
Como buenos ex participantes de la explosión del ‘77, en "Red Barked Tree" también hay dosis vitales de ritmos acelerados y guitarras robustas. La simplísima "Moreover" acumula capas y capas de distorsión y la apropiadamente titulada "Two Minutes" son dos minutos de potencia dadaísta auxiliada por una letra absurda y estrafalaria (“Un pato de caricatura sucio cubre una aldea de mierda, posiblemente señalizando el fin de la civilización occidental”).
Esta síntesis de punk y pop experimental no descubre ninguna faceta nueva en Wire y en ocasiones hasta amenaza con lanzar al ambiente un alarmante tufillo a banda establecida y cómoda en su madriguera, pero afortunadamente "Red Barked Tree" también cuenta con rarezas como la etérea "Adapt", con sus texturas de ensueño y "Red Barked Trees", lo más parecido a una tonada de folk psicodélico que hayan grabado estos veteranos del post-punk.
Más allá de que no llega a los niveles de su magistral tríada inicial (y quién puede culpar a la banda por no conseguirlo), "Red Barked Tree" es un índice más que manifiesto de que el grupo no sólo se conserva de forma impecable, sino que también es actualmente capaz de superar a varios de sus imitadores más jóvenes.
Emmanuel Patrone
desde www.indiehearts.com
Dust and light. Polvo y luz, sobre todo luz. Puede parecer obvio, sobre todo tomando en cuenta el nombre que lleva uno de sus discos, pero a mí el sonido del trío sueco Tape siempre me ha parecido, entre muchas otras cosas, un sonido luminoso, luminosidad que a su vez lleva a significar otra cosa, una música viva y vitalista. El año 2008 editaron “Luminarium” (Häpna), su quinto disco y que vino a ser el epítome y también el punto más alto de lo que han sido años de búsqueda, sin que ello implique perder su identidad en ningún momento. El talento y la habilidad para manejar las melodías siempre lo han tenido, y en el camino no han hecho más que simplemente deshacerse de los sobrantes, quitar aquello que excede y sacar las impurezas. Limpiar y simplificar. De todas maneras, con los resultados de ese trabajo, son todos sus discos, incluida su colaboración con Minamo, “Birds Of A Feather” (Headz, 2007), obras recomendables de principio a fin. Sin hacer mucho ruido, más bien casi nada, Tape han construido una de las carreras más sólidas, destacables y recomendables de lo que llevamos de siglo.
En su séptimo disco –contado como uno de ellos al mini LP “Fugue” junto al escocés Bill Wells (Immune, 2010)– los hermanos Andreas y Johan Berthling y Thomas Hallonsten vuelven a sus estudios en Estocolmo, el Summa, y en un período de un año crean y graban las nuevas piezas, siete en total, que suman poco más de treinta minutos, una media hora que para algunos quizás se hagan cortos –personalmente cada vez más prefiero las obras sintetizadas y de duración no muy extensa– y que encierra en su relativa brevedad todo lo esta banda venida de Suecia ha hecho por años: tejer una melodía, acariciarla, decorarla y entregarla envuelta en papel de regalo. Así, descrito de una manera muy simple, son las canciones de Tape, canciones que dan ganas de regalar, esas que uno quiere incluir en un CDR y dárselas a un amigo. Desde “Dust And Light” hasta “Gone Gone”, cada uno de los temas de este disco transmite ese espíritu que ha cruzado todos los tracks, ahora con un ambiente más cercano al jazz ligero, y con los mismos elementos de siempre, unas guitarras que son toda delicadeza, casi como la de Frank Schültge Blumm, la batería que es golpeada con suavidad, los teclados que se pierden en el aire y que reverberan mucho después de pulsar la tecla, pianos, xilófonos, marimbas, y algo de electrónica colándose por las notas. Todo manejado de una forma natural, casi obvia, y de nuevo rozando el pop, pero luego de atravesar muchos caminos. Hay, como dije, jazz pero también folk, pero un folk que flota y se suspende, cierto tipo de post-rock, uno que se perdió allá por 1998, ambient extrovertido, algo de la cósmica alemana, minimalismo clásico de las praderas, etc. Unas veces, como en “Companions” están más encerrados en sí mismos, otras como “The Wild Palms” salen a jugar al patio de los instrumentos. En otra ocasión, “Byhalia”, los pillamos inmersos en sintetizadores que vuelan en el espacio exterior, para acto seguido, “In Valleys”, tocar alrededor de un piano en un bar de la vieja Berlín, vacío y bombardeado en la Segunda Guerra. El faro de luz finalmente se apaga luego de “Gone Gone”, una pieza que contiene varios de los elementos antes citados, siendo un epítome, otro más, que resume en siete minutos otros treinta y dos que se nos han ido como si nada, los treinta minutos más reconfortantes de lo que va de este año.
“Revelationes”, de nuevo usando el latín, es de esos discos que probablemente no descubran cosas, que no revelen, pero que en su sencillez nos descubren una forma, una manera de afrontar el arte que devuelve optimismo. En esas canciones, coloreadas en tonos crepusculares, miramos la luz, desde el amanecer hasta el anochecer. Aún cuando a veces tenga un carácter más sombrío, más triste, hay siempre un destello. Pero es entonces cuando recuerdo la letra de una antigua canción: “When the night has come/ And the land is dark/ And the moon is the only light we see”. Por más oscuro que este, siempre algo iluminará, y si es de noche, será la luna. En “Revelationes” siempre hay un resplandor, y también siempre hay una naturalidad que brota por cada rincón. Es este uno de esos discos que no solo suenan, sino que además respiran, un álbum en donde se puede oír no solo lo que tocan sino la forma como lo tocan. Un disco de siete piezas reposadas en un lago, crujiendo como la madera de viejo olmo, respirando como una flor gemela aun con vida. ¿Cómo lo definiría si fuera de las mismas tierras que Tape y hablará en su mismo idioma? Pues muy simple. Härlig.
Hawái.
En su séptimo disco –contado como uno de ellos al mini LP “Fugue” junto al escocés Bill Wells (Immune, 2010)– los hermanos Andreas y Johan Berthling y Thomas Hallonsten vuelven a sus estudios en Estocolmo, el Summa, y en un período de un año crean y graban las nuevas piezas, siete en total, que suman poco más de treinta minutos, una media hora que para algunos quizás se hagan cortos –personalmente cada vez más prefiero las obras sintetizadas y de duración no muy extensa– y que encierra en su relativa brevedad todo lo esta banda venida de Suecia ha hecho por años: tejer una melodía, acariciarla, decorarla y entregarla envuelta en papel de regalo. Así, descrito de una manera muy simple, son las canciones de Tape, canciones que dan ganas de regalar, esas que uno quiere incluir en un CDR y dárselas a un amigo. Desde “Dust And Light” hasta “Gone Gone”, cada uno de los temas de este disco transmite ese espíritu que ha cruzado todos los tracks, ahora con un ambiente más cercano al jazz ligero, y con los mismos elementos de siempre, unas guitarras que son toda delicadeza, casi como la de Frank Schültge Blumm, la batería que es golpeada con suavidad, los teclados que se pierden en el aire y que reverberan mucho después de pulsar la tecla, pianos, xilófonos, marimbas, y algo de electrónica colándose por las notas. Todo manejado de una forma natural, casi obvia, y de nuevo rozando el pop, pero luego de atravesar muchos caminos. Hay, como dije, jazz pero también folk, pero un folk que flota y se suspende, cierto tipo de post-rock, uno que se perdió allá por 1998, ambient extrovertido, algo de la cósmica alemana, minimalismo clásico de las praderas, etc. Unas veces, como en “Companions” están más encerrados en sí mismos, otras como “The Wild Palms” salen a jugar al patio de los instrumentos. En otra ocasión, “Byhalia”, los pillamos inmersos en sintetizadores que vuelan en el espacio exterior, para acto seguido, “In Valleys”, tocar alrededor de un piano en un bar de la vieja Berlín, vacío y bombardeado en la Segunda Guerra. El faro de luz finalmente se apaga luego de “Gone Gone”, una pieza que contiene varios de los elementos antes citados, siendo un epítome, otro más, que resume en siete minutos otros treinta y dos que se nos han ido como si nada, los treinta minutos más reconfortantes de lo que va de este año.
“Revelationes”, de nuevo usando el latín, es de esos discos que probablemente no descubran cosas, que no revelen, pero que en su sencillez nos descubren una forma, una manera de afrontar el arte que devuelve optimismo. En esas canciones, coloreadas en tonos crepusculares, miramos la luz, desde el amanecer hasta el anochecer. Aún cuando a veces tenga un carácter más sombrío, más triste, hay siempre un destello. Pero es entonces cuando recuerdo la letra de una antigua canción: “When the night has come/ And the land is dark/ And the moon is the only light we see”. Por más oscuro que este, siempre algo iluminará, y si es de noche, será la luna. En “Revelationes” siempre hay un resplandor, y también siempre hay una naturalidad que brota por cada rincón. Es este uno de esos discos que no solo suenan, sino que además respiran, un álbum en donde se puede oír no solo lo que tocan sino la forma como lo tocan. Un disco de siete piezas reposadas en un lago, crujiendo como la madera de viejo olmo, respirando como una flor gemela aun con vida. ¿Cómo lo definiría si fuera de las mismas tierras que Tape y hablará en su mismo idioma? Pues muy simple. Härlig.
Hawái.
Estamos quizás ante una de las sorpresas del año en curso: Lucy -Wordplay for Working Bees. Y ojo, que hablamos de un trabajo a priori -ojalá me equivoque- no apto para todos los públicos.
La imaginaria que se marca este italiano arraigado en Berlín se basa en el techno. Pero no en uno cualquiera, sino el de un concienzudo sonido de diseño irreal, aéreo y que sortea cualquier tipo de 4/4 a base de giros y sorpresas.
Luca Mortellaro – nombre real de este científico del underground musical- se embarca en un disco repleto de efectos secundarios. Voces que se agarran de manera enfermiza a las atmósferas industriales. En "Eis", "Thear", "Gas" y "Eón" adivinamos desde discursos ofrecidos en cumbres de la ONU a la voz a jirones del polifacético Le Corbusier. Ambientes electrónicos correosos y dispersos ("Mas", "Tof", "Torul"). Algún asomo de IDM hundida y placentera en "Ter". Y finalmente dos maravillas de techno vanguardista donde dub y una rítmica censurada toman las riendas ("Lav" y "Es"). Juegos hipnóticos que se derriten.
La abeja reina del cada vez más en boga sello Stroboscopic Artefacts, ha demostrado que no va de farol, y ya tiene –al menos de éste que escucha y escribe- una de las primeras bendiciones del 2011… Junto al "Space is Only Noise" de Nicolas Jaar. Algo me dice que en este año vamos a dar un pasito adelante descubriendo nuevas formas de tratar el sonido. Bueno.
BlandiBru
desde www.clubbingspain.com
HIGUMA
Pacific Fog Dreams
root strata, 2011
Pacific Fog Dreams
root strata, 2011
La música de Higuma llega como el suspiro peregrino estancado en las ruinas de un viejo templo, un pozo de resonancias oscuras agitado por las guitarras y ecos de Lisa McGee y Evan Caminiti (Barn Owl, Gärden Söund), si ya con "Den Of The Spirits" (digitalis recordings, 2010) nos mostraron los ejecicios mortales del ruido extremo, ahora en su segunda placa parecen adentrarse mucho más en esa niebla cortante de Ambient-Drone, "Pacific Fog Dreams" es un viaje hacia el centro de la tierra, un espacio cerrado formado múltiples capas de Drone y manantiales de oscuridad profunda, a través de estas estaciones grabadas en la piedra se hace difícil avanzar, el ruido ahora se enmudece y flotamos por una atmósfera extraña, desde las grietas se siente un latido lento y quejumbroso, el canto de almas en pena y una delicada guitarra que nos recoge, el paisaje es difuso y sin vuelta atrás, Higuma es un pez abisal rodando en la penumbra, desde allí nos envía tenues luces de acercamiento, mensajes no codificados, no hay movimiento, la repetición como un radar en la profundidad, parecen haber recalado en otro estado de conciencia, parados frente a una efigie de electricidad subterránea que nos acerca al origen, sirenas sollozan en la distancia (McGee vocals). Mezclado por Pete Swanson de Yellow Swans.
Mar Muerto.
Raúl Cabrera H.
Mar Muerto.
Raúl Cabrera H.
Hace mucho tiempo, casi tres siglos atrás, se creía que la luz estaba compuesta de de pequeñas partículas. Esa teoría era muy aceptada, en particular por quien la proponía, Isaac Newton. De su carácter ondulatorio solo se aceptó recién a mediados del siglo XIX. Sin embargo, esa teoría ya fue propuesta mucho tiempo atrás, Christian Huygens en su obra “Traité de la lumière” explicaba que la luz era luz era un fenómeno ondulatorio. ¿Por dónde? Cómo no podía ser el vacío, tenía que ser otro medio, y ese era el éter, una hipotética sustancia extremadamente ligera que se creía que ocupaba todos los espacios vacíos como un fluido. Dustin O’Halloran intenta llenar iluminar la oscuridad con su reciente disco, que es el último de varios que ya tiene editado. Nacido en Estados Unidos O’Halloran es un pianista y compositor que quizás sea más conocido por ser la mitad de Dévics (la otra mitad corresponde a Sara Lov). En 2004 aparece “Piano Solos” por Bella Union, pero es recién más reconocido por su participación en “Marie Antoinette – Music From The Original Picture Soundtrack” (Verve Forecast, 2006), la música para el film de Sofia Coppola. Otro álbum más, una banda sonora, música para el comercial del Audi A5 hasta que me encuentro con “Vorleben” (2010), un disco que venía respaldado por Sonic Pieces, uno de los mejores sellos que existen actualmente en Europa –su hermano mayor es “Wintermusik” (2009) del alemán Nils Frahm, aún por revisar, y también por Sonic Pieces–, y que forma parte de la más nueva lista de pianistas que recuerdan la vieja tradición – parte de esa lista aparece en tareas técnicas: Jóhann Johannsson en las mezclas y Frahm como ingeniero–.
Ahora radicado en la añorada Berlín, “Lumiere” le tomo tres años a David y durante todo ese largo tiempo fue grabado en varias ciudades, un disco itinerante que recoge momentos y lugares por los que anduvo estos años: Nueva York, Berlín, los campos italianos de Emilia-Romaña. Rellenando el espacio con notas que de inmediato despiertan en la mente lugares ideales, escenas imaginadas, situaciones soñadas donde la tristeza es un estado bello y donde la belleza una manara de vivir que excede las formas, una virtud que siempre se ha querido alcanzar, y que Dustin busca de la mano de su piano, instrumento que desde hace mucho se encuentra muy ligado a ella. Nueve composiciones que escapan de lo común y entran en territorios donde se respiran jardines de flores desteñidas por el paso del tiempo pero refulgentes de vida. La dualidad y el contraste propio de estados inusuales, pero siempre dejando que la luz entre por cada espacio que se de, por cada rendija, la más mínima que sea, que deje la posibilidad para poder distinguir los colores y no solo el negro. Hablando de colores, no solo hay piano. Participan junto a las teclas comedidas de Dustin el violín de Peter Broderick –evidente en “Quintette N. 1”–, también parte de la nueva lista antes mencionada, y otro que ha acercado el clasicismo y ambient, su compatriota Adam Wiltze (Aix Em Klemm, Dead Texan), parte de los enormes Stars Of The Lid, quien aporta guitarras imperceptibles, encajados entre unos arreglos sutiles.
“De alguna manera en la composición había visto siempre el trabajo similar a como un pintor se enfocaría, añadiendo colores, texturas, añadiendo espacio, pintando sobre todo y tal vez dejando sólo una esquina”. El lirismo vital de O’Halloran realza las texturas, colorea las melodías, desborda tonalidades impresionistas para retroceder a tiempos en que ya se dejaba el romanticismo, una época en que la luz circulaba aún por aquella sustancia ligera llamada éter.
Hawái.
Ahora radicado en la añorada Berlín, “Lumiere” le tomo tres años a David y durante todo ese largo tiempo fue grabado en varias ciudades, un disco itinerante que recoge momentos y lugares por los que anduvo estos años: Nueva York, Berlín, los campos italianos de Emilia-Romaña. Rellenando el espacio con notas que de inmediato despiertan en la mente lugares ideales, escenas imaginadas, situaciones soñadas donde la tristeza es un estado bello y donde la belleza una manara de vivir que excede las formas, una virtud que siempre se ha querido alcanzar, y que Dustin busca de la mano de su piano, instrumento que desde hace mucho se encuentra muy ligado a ella. Nueve composiciones que escapan de lo común y entran en territorios donde se respiran jardines de flores desteñidas por el paso del tiempo pero refulgentes de vida. La dualidad y el contraste propio de estados inusuales, pero siempre dejando que la luz entre por cada espacio que se de, por cada rendija, la más mínima que sea, que deje la posibilidad para poder distinguir los colores y no solo el negro. Hablando de colores, no solo hay piano. Participan junto a las teclas comedidas de Dustin el violín de Peter Broderick –evidente en “Quintette N. 1”–, también parte de la nueva lista antes mencionada, y otro que ha acercado el clasicismo y ambient, su compatriota Adam Wiltze (Aix Em Klemm, Dead Texan), parte de los enormes Stars Of The Lid, quien aporta guitarras imperceptibles, encajados entre unos arreglos sutiles.
“De alguna manera en la composición había visto siempre el trabajo similar a como un pintor se enfocaría, añadiendo colores, texturas, añadiendo espacio, pintando sobre todo y tal vez dejando sólo una esquina”. El lirismo vital de O’Halloran realza las texturas, colorea las melodías, desborda tonalidades impresionistas para retroceder a tiempos en que ya se dejaba el romanticismo, una época en que la luz circulaba aún por aquella sustancia ligera llamada éter.
Hawái.
Escucha El Sueño del Esquimal este jueves 30 de junio desde las 21:oo hrs, a través de Radio Placeres 87.7 fm para toda la región de Valparaíso y online además.
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