Regresa Mazzy Star luego de 10 años de distanciamiento, buscando las últimas canciones que se quedaron tiradas en la intimidad del atardecer, la dulzura y la calma atrapadas en una singular instantánea.
Recordemos todos con singular alegría y nostalgia aquel "Feels" , el disco de Animal Collective al que más aprecio le tengo. Recordemos que se trataba de un disco en donde el amor pasaba por un filtro de psicodelia y nos enseñaba que no sólo se demostraba con armonías pegajosas y coros al viento.
Teniendo eso en la cabeza, escuchar el debut de Braids es una experiencia casi tan exquisita como revisitar al anterior citado. Se cruzan en muchos momentos y varios pasajes son influencia pura del 'colectivo animal', pero las fibras que "Native Speaker" acaricia son el lado oscuro de "Feels".
Y es que cuando uno termina de recorrer las siete pistas que conforman lo que quizás sea el debut más lindo del año, se siente en el interior esa contracara que a nadie le gusta del amor, la impotencia que deja la resaca de el y lo inocente que nos reflejamos cuando las cosas no marcharon bien. Si en "Feels" todo era una foto de felicidad pura, "Native Speaker" es el rompimiento de su antecesor dentro de un sueño, de esos en donde por más que se quiera, no se puede despertar.
Aquí se refleja un alto grado de inocencia que convierte este experimento en algo más dulce de lo que podría parecer. La voz de Raphaelle Standell-Preston es tierna, pero lleva consigo una cierta cantidad de dolor; a veces explota en un grito y otras tantas se desinfla poco a poco como recitando un poema. En "Glass Deers" se derrama todo lo que funge de base y nos muestra ambas caras, "Lemonade", por otro lado, sirve de prólogo para toda la historia. En momentos como "Native Speaker" o "Lammicken" todo se torna confuso y extrañamente encantador todo para que "Little Hand" sea ese preciso instante en el que despertamos del sueño y nos damos cuenta de que en realidad nunca estuvimos durmiendo.
Al hablar de temas complejos, todo argumento resulta ambigüo e incompetente, sin embargo, todas las replicas que "Native Speaker" guarda en su interior no están tan alejadas de lo que podría considerarse realidad. Un estreno que dice lo que muchos, pero de una manera tan bella como pocos.
por Joan
desde tacondeoro.blogspot.com
Teniendo eso en la cabeza, escuchar el debut de Braids es una experiencia casi tan exquisita como revisitar al anterior citado. Se cruzan en muchos momentos y varios pasajes son influencia pura del 'colectivo animal', pero las fibras que "Native Speaker" acaricia son el lado oscuro de "Feels".
Y es que cuando uno termina de recorrer las siete pistas que conforman lo que quizás sea el debut más lindo del año, se siente en el interior esa contracara que a nadie le gusta del amor, la impotencia que deja la resaca de el y lo inocente que nos reflejamos cuando las cosas no marcharon bien. Si en "Feels" todo era una foto de felicidad pura, "Native Speaker" es el rompimiento de su antecesor dentro de un sueño, de esos en donde por más que se quiera, no se puede despertar.
Aquí se refleja un alto grado de inocencia que convierte este experimento en algo más dulce de lo que podría parecer. La voz de Raphaelle Standell-Preston es tierna, pero lleva consigo una cierta cantidad de dolor; a veces explota en un grito y otras tantas se desinfla poco a poco como recitando un poema. En "Glass Deers" se derrama todo lo que funge de base y nos muestra ambas caras, "Lemonade", por otro lado, sirve de prólogo para toda la historia. En momentos como "Native Speaker" o "Lammicken" todo se torna confuso y extrañamente encantador todo para que "Little Hand" sea ese preciso instante en el que despertamos del sueño y nos damos cuenta de que en realidad nunca estuvimos durmiendo.
Al hablar de temas complejos, todo argumento resulta ambigüo e incompetente, sin embargo, todas las replicas que "Native Speaker" guarda en su interior no están tan alejadas de lo que podría considerarse realidad. Un estreno que dice lo que muchos, pero de una manera tan bella como pocos.
por Joan
desde tacondeoro.blogspot.com
En 2008 un dúo llamado Have A Nice Life hicieron temblar los cimientos del mundo de la música con un disco llamado "Deathconsciousness", el cual tardaron cinco años en dar forma y en el que se mezclaban el shoegaze con el drone y el post-punk, todo ello bañado en un sonido lo-fi. Se dijo que publicarían dos discos más durante 2009, pero lo único que llegó fue un recopilatorio llamado "Void". Desde ese momento poco más se volvió a saber de Dan Barrett y Tim Macuga, los dos miembros que daban vida a ese proyecto. Pero amigos, si les dijera que su vocalista publicó hace varios meses su debut en solitario y que ha pasado totalmente inadvertido por todos. ¿Cómo quedarías?
Pues sí, aunque parezca mentira Dan Barrett publicó hace algo más de dos meses un trabajo bajo el seudónimo de Giles Corey, nombre de un granjero que fue torturado hasta la muerte durante dos días en los juicios de brujería de Salem y del que se dice que su fantasma aún aparece en el pueblo cada vez que un desastre ocurre. Así es como el músico estadounidense se presenta, como un ente fantasmagórico que va pidiendo clemencia haya donde va.
Únicamente viendo la impresión visual que dejan los restos destrozados de ese paisaje rústico y rural con los que presenta su portada, podemos imaginar que el debut homónimo de Giles Corey es un viaje por el desfiladero, una guia de supervivencia para encajar mejor los golpes, puesto que explora una visión de la vida contada desde el filo de la navaja de un hombre perdido, de la lucha personal contra la depresión y el suicidio relatado desde un punto de vista inquietantemente misterioso y difícil de igualar.
Como si hubiésemos retrocedido varios siglos en el tiempo hasta el momento en el que Giles Corey era asesinado y la gente moría a causa de enfermedades como la fiebre amarilla y se juntaban alrededor del fuego para entonar una letanía funebre por sus almas perdidas y recordar viejas historias de un tiempo pasado en el que la gente era quemada en hogueras por teorías de religiosos que en lugar de cuidar las almas de sus feligreses, las condenaban a las llamas del infierno. Vamos encontrando historias contadas a cámara lenta y en el que el slowcore y el folk se acercan a las influencias shoegaze de Barrett consiguiendo un sonido lleno de ricos matices y en el que su voz y el rasgueo de su guitarra consiguen crear los climas perfectos para adentrar en sus historias.
Pese a que es un álbum emocionalmente muy intenso y oscuro (más de uno no creo que pueda asimilarlo), también existen puntos de claridad y esperanzadores como podría ser el cambio de registro musical que se vive a la mitad de ”Spectral Bride”, una de las piezas más interesantes de esta ópera prima junto a ”The Haunting Presence”, ”Empty Churces” y ”No One Is Ever Going To Want Me”.
Sin duda, el proyecto de Giles Corey es uno de las experiencias más enriquecedoras e inquietantes de la campaña debido a su gran calado emocional y a la facilidad con la que consigue introducirte en sus historias.
desde
myfeetinflames.com
Pues sí, aunque parezca mentira Dan Barrett publicó hace algo más de dos meses un trabajo bajo el seudónimo de Giles Corey, nombre de un granjero que fue torturado hasta la muerte durante dos días en los juicios de brujería de Salem y del que se dice que su fantasma aún aparece en el pueblo cada vez que un desastre ocurre. Así es como el músico estadounidense se presenta, como un ente fantasmagórico que va pidiendo clemencia haya donde va.
Únicamente viendo la impresión visual que dejan los restos destrozados de ese paisaje rústico y rural con los que presenta su portada, podemos imaginar que el debut homónimo de Giles Corey es un viaje por el desfiladero, una guia de supervivencia para encajar mejor los golpes, puesto que explora una visión de la vida contada desde el filo de la navaja de un hombre perdido, de la lucha personal contra la depresión y el suicidio relatado desde un punto de vista inquietantemente misterioso y difícil de igualar.
Como si hubiésemos retrocedido varios siglos en el tiempo hasta el momento en el que Giles Corey era asesinado y la gente moría a causa de enfermedades como la fiebre amarilla y se juntaban alrededor del fuego para entonar una letanía funebre por sus almas perdidas y recordar viejas historias de un tiempo pasado en el que la gente era quemada en hogueras por teorías de religiosos que en lugar de cuidar las almas de sus feligreses, las condenaban a las llamas del infierno. Vamos encontrando historias contadas a cámara lenta y en el que el slowcore y el folk se acercan a las influencias shoegaze de Barrett consiguiendo un sonido lleno de ricos matices y en el que su voz y el rasgueo de su guitarra consiguen crear los climas perfectos para adentrar en sus historias.
Pese a que es un álbum emocionalmente muy intenso y oscuro (más de uno no creo que pueda asimilarlo), también existen puntos de claridad y esperanzadores como podría ser el cambio de registro musical que se vive a la mitad de ”Spectral Bride”, una de las piezas más interesantes de esta ópera prima junto a ”The Haunting Presence”, ”Empty Churces” y ”No One Is Ever Going To Want Me”.
Sin duda, el proyecto de Giles Corey es uno de las experiencias más enriquecedoras e inquietantes de la campaña debido a su gran calado emocional y a la facilidad con la que consigue introducirte en sus historias.
desde
myfeetinflames.com
Para los que no se habían enterado, me incluyo, Champion Version es un sello inglés que tiene por objeto servir a las ‘expresiones intransigentes’ de electrónica, krautrock, minimalismo, drone, post-rock, etc. Los discos son todos vinilos de diversos tamaños, envueltos en material 100% reciclado, muy contadas copias, solo una por persona. Un sello que es como una casa para los sonidos que habitan en las esquinas de la industria, como tantos otros, donde verdaderamente se mueve y se crea la música más interesante, la que esta bajo las capas superficiales. Fighting the powers since 1999.
Dos de los más recientes lanzamientos son estos, y el primero que será objeto de revisión corre a cargo del holandés Rutger Zuydervelt. Hace dos meses hacía su estreno en estas páginas con su disco “Grower” (Sonic Pieces, 2011) en compañía de Gareth Davis [133], luego de un largo recorrido editorial. “Bad Fortune” tuvo que pasar por un periplo para poder llegar, por fortuna, a nuestros oídos. Eso al menos con una de sus caras. Editado en un 10” cubre una de sus caras, la primera, con “Ringoya, Tokyo”. Se suponía que sería el registro de una presentación de Rutger en Tokio. Un problema técnico (rotura de equipo, corte de luz) hizo que se perdiera parte de eso, casi todo. Sin embargo, gracias destino, una de las cintas pudo recuperarse, y esa es la que lleva el lado A. Una masa subliminal de armónicos tonos sutiles, repetición, timbres aéreos, resonancias dispuestas con diplomacia, ecos, crujidos que llevan a pensar, con pesar, en todo lo que se perdió. Dan ganas de ver vivo manipular los sonidos y dejarse arrullar por los minimalistas paisajes que dibuja en vivo. Al otro lado se ubica “Aether, Rotterdam”, otra pieza en vivo, en esta ocasión en su tierra de origen, y que es otra muestra del (buen) hacer de Machinefabriek en directo, ocasión en que desarrolla, tal como la anterior, los planos prolongados, las distancias largas y los pequeños estruendos incrustados en las melodías.
Si el disco del que hablábamos recién es un agrado de poder escuchar y palpar, el que sigue lo es aún más, que además viene con una sorpresa. Yo nos de extrañar el talento de Deupree, cada vez más acostumbrado a los registros breves. Esta es otra oportunidad más para descubrirlo, quienes no lo conocen, para convencerse, los que pudieran tener alguna duda, y para simplemente disfrutar, a quienes ya nos es familiar. Obra breve como dije: 7” que no alcanzan en total a los diez minutos. Pocos objetos a los que atenerse: un sintetizador y dos field recordings. Dos impulsos creadores: “Everyting I’ve never done and everyone I’ve never met”. Recursos limitados que por el contrario ayudan a crear dos inspiradísimas piezas que abundan en el catálogo del de Pound Ridge. “Attic”, tema de cierre es un oda a los remanentes, como entrar precisamente en un ático y descubrir en los desechos (sonoros) la historia olvidada, recordar los sencillos momentos de la niñez y transformarlo en una canción de electrónica análoga, armonía prístina y chasquidos en baja fidelidad. Una maravilla que sirve de compañera a “Journal”, la cara principal de este single, con los mismos elementos y, aquí viene la sorpresa, por vez primera, la voz de Taylor. Tres, solo tres acordes, una muralla de ruido y de distorsión, un manto abrasivo y contenedor, y cuando ya han transcurrido tres minutos la sorpresa se hace una realidad en forma de una voz susurrada, acolchada. Desde un lugar recóndito aparece cuando la canción ya llega a su ocaso, especial para oír en el ocaso del día, en el límite entre luz y oscuridad. Un aspecto siempre ligado a él es la fotografía, y una de ellas es la hermosa portada, una instantánea en tonos verdes, reflejando el esplendor en la hierba. Además el disco me recuerda a otras fotografías de él, en especial las que llevan por título ‘Snow Study’, y más particularmente ‘Snow Study, Feb 22, 2008’, por la forma en que el paisaje boscoso y borroso se difumina entre las manchas de nieve, tal como ocurre musicalmente: las notas difusas de fondo y los detalles sonoros nublando más el paisaje, y a pesar de eso, por como arrulla, llega a ser cálido.
La escucha de ambos discos tienen solo resultados positivos: un sello por descubrir, un músico al que seguir prestándole atención, y otro en el que seguir confiando. Champion Versión, Machinefabriek y Taylor Deupree se han llevado la medalla a lo más destacado del mes. “Bad Fortune” y sus planos largos y “Journal” y los destellos en la nieve.
Hawái.
Dos de los más recientes lanzamientos son estos, y el primero que será objeto de revisión corre a cargo del holandés Rutger Zuydervelt. Hace dos meses hacía su estreno en estas páginas con su disco “Grower” (Sonic Pieces, 2011) en compañía de Gareth Davis [133], luego de un largo recorrido editorial. “Bad Fortune” tuvo que pasar por un periplo para poder llegar, por fortuna, a nuestros oídos. Eso al menos con una de sus caras. Editado en un 10” cubre una de sus caras, la primera, con “Ringoya, Tokyo”. Se suponía que sería el registro de una presentación de Rutger en Tokio. Un problema técnico (rotura de equipo, corte de luz) hizo que se perdiera parte de eso, casi todo. Sin embargo, gracias destino, una de las cintas pudo recuperarse, y esa es la que lleva el lado A. Una masa subliminal de armónicos tonos sutiles, repetición, timbres aéreos, resonancias dispuestas con diplomacia, ecos, crujidos que llevan a pensar, con pesar, en todo lo que se perdió. Dan ganas de ver vivo manipular los sonidos y dejarse arrullar por los minimalistas paisajes que dibuja en vivo. Al otro lado se ubica “Aether, Rotterdam”, otra pieza en vivo, en esta ocasión en su tierra de origen, y que es otra muestra del (buen) hacer de Machinefabriek en directo, ocasión en que desarrolla, tal como la anterior, los planos prolongados, las distancias largas y los pequeños estruendos incrustados en las melodías.
Si el disco del que hablábamos recién es un agrado de poder escuchar y palpar, el que sigue lo es aún más, que además viene con una sorpresa. Yo nos de extrañar el talento de Deupree, cada vez más acostumbrado a los registros breves. Esta es otra oportunidad más para descubrirlo, quienes no lo conocen, para convencerse, los que pudieran tener alguna duda, y para simplemente disfrutar, a quienes ya nos es familiar. Obra breve como dije: 7” que no alcanzan en total a los diez minutos. Pocos objetos a los que atenerse: un sintetizador y dos field recordings. Dos impulsos creadores: “Everyting I’ve never done and everyone I’ve never met”. Recursos limitados que por el contrario ayudan a crear dos inspiradísimas piezas que abundan en el catálogo del de Pound Ridge. “Attic”, tema de cierre es un oda a los remanentes, como entrar precisamente en un ático y descubrir en los desechos (sonoros) la historia olvidada, recordar los sencillos momentos de la niñez y transformarlo en una canción de electrónica análoga, armonía prístina y chasquidos en baja fidelidad. Una maravilla que sirve de compañera a “Journal”, la cara principal de este single, con los mismos elementos y, aquí viene la sorpresa, por vez primera, la voz de Taylor. Tres, solo tres acordes, una muralla de ruido y de distorsión, un manto abrasivo y contenedor, y cuando ya han transcurrido tres minutos la sorpresa se hace una realidad en forma de una voz susurrada, acolchada. Desde un lugar recóndito aparece cuando la canción ya llega a su ocaso, especial para oír en el ocaso del día, en el límite entre luz y oscuridad. Un aspecto siempre ligado a él es la fotografía, y una de ellas es la hermosa portada, una instantánea en tonos verdes, reflejando el esplendor en la hierba. Además el disco me recuerda a otras fotografías de él, en especial las que llevan por título ‘Snow Study’, y más particularmente ‘Snow Study, Feb 22, 2008’, por la forma en que el paisaje boscoso y borroso se difumina entre las manchas de nieve, tal como ocurre musicalmente: las notas difusas de fondo y los detalles sonoros nublando más el paisaje, y a pesar de eso, por como arrulla, llega a ser cálido.
La escucha de ambos discos tienen solo resultados positivos: un sello por descubrir, un músico al que seguir prestándole atención, y otro en el que seguir confiando. Champion Versión, Machinefabriek y Taylor Deupree se han llevado la medalla a lo más destacado del mes. “Bad Fortune” y sus planos largos y “Journal” y los destellos en la nieve.
Hawái.
Cotton Goods es un exquisito sello inglés, dirigido por el inquieto Craig Tattersall (The Archivist, The Humble Bee, también parte de The Remote Viewer y The Boats, antes en Hood), codirector de Moteer y Mobeer. Sus ediciones son todas en CDR, limitadas y hechas a mano. Cotton Goods es un sello bajo la superficie que entrega trabajos de alta calidad, objetos para coleccionar a base de ambient, cajas de música abandonadas y partículas de loops oxidados. Por su lado, Being es el nombre escogido por Russel Burden, un artista radicado en Inglaterra, que trabaja con ‘imágenes quietas y en movimiento, sonido, la impresión y la transferencia, cartografía gráfica, metodología científica y pensamiento poético’. Un artista que abarca muchas facetas, entre ellas el sonido, que es lo que acá más nos interesa.
“Quiet Rain” es, como el resto del catálogo, una pieza para tratar con cuidado. Una caja que contiene un CDR con tres tracks, un DVDR con dos films, un póster de la sección coral y un juego de cuatro impresiones digitales de fotografías bajo el agua. Un must que en lo musical no se queda atrás. El disco es parte de un proyecto mayor, ‘Detritus’: “En los márgenes poco profundos yacen las bases de parto/ En los primeros metros de agua una trampa de nutrientes amnióticos naturales/ Alrededor de las raíces recubiertas de vida de un solo árbol de mangle, un vivero para la biodiversidad de los océanos/ Uno de los más productivos ecosistemas del mundo/ Lleno de formas extrañas y maravillosas/ Vivo con micro-belleza/ Su destino…/ Macro-belleza”. La primera parte es “Quiet Rain”, un track de doce minutos, grabación de campo hidrofónica, piano y procesamiento por el mismo Russell y Terry Davey, sonidos diminutos registrados al interior de los Cayos de Florida, alrededor de las raíces de los árboles. Setecientos veinticuatro segundos de belleza pura entre las hojas submarinas, música que desnuda la naturaleza en su mayor y más glorioso esplendor, ese mismo que se encuentra en cualquier lado en que uno lo busque. La simpleza de lo cotidiano en los orígenes de la vida, en el mar. Una tonalidad azul, un mismo sonido armónico con muy pocas alteraciones en el que interactúan fluidos, ecos con el piano espectral prolongarse en las mareas, los murmullos de la fauna, los crujidos naturales y artificiales con una capa de susurros de esencia ambiental. “Quiet Rain” demuestra, y cuestiona, que en muchas ocasiones la electrónica más inspirada no se encuentra en los componentes de un laptop, sino al lado nuestro, en un lago, en el viento, en la lluvia, etc. Pero ese cuestionamiento tiene su respuesta en las otras pistas que acompañan al CDR. Dos remezclas la escoltan, la primera de ellas por THE GREEN KINGDOM (Mike Cottone), respetuosa con la matriz, más leve incluso, que añade por el final unos pequeños beats para hacer fluir la magia de ambient pop. La segunda corresponde a la nueva versión fabricada por THE BOATS (el mismo Craig Tattersall más Andrew Hargreaves y Danny Norbury), quienes la trastocan un poco más. Introducen más sonidos (arpa, melódica) y la estructuran de nuevo para dar con sí con otra pieza de otros caracteres, distintos, que empiezan en una electrónica melódica y paisajística y terminan en las atmósferas gaseosas made in Köln. El DVD es una cosa distinta en cuanto formato, similar en planteamiento. “Particle Stream” es una película filmada en un árbol de mangle bajo el mar, de seis minutos de duración en los que ahora no solo se oye, sino que vemos como es que las ramas interpretan esta música para peces. Cantos náuticos, partículas de ruidos, un todo armonioso que agradablemente me recordó lo mejor de Taylor Deupree –y no es coincidencia: el norteamericano fue quien masterizó las cintas–, como lo son “1am” (12k, 2006) o más recientemente “Shoals” (12k, 2010) –otra coincidencia: esa portada proviene de los mismos lugares en donde esto se grabó–, y que indaga, por vez segunda, en las profundidades y en el estruendo interior. El lento devenir de los objetos allá debajo, la figuras borrosas del agua, las ondas que se mueven de un lado al otro tienen su respuesta en las resonancias aletargadas, en los zumbidos contenidos. Para terminar con tan noble artefacto, “Particle Stream” es ahora remezclada por THE HUMBLE BEE, es decir, el mismísimo Craig Tattersall –imprescindibles son los 4 CDR de “Morning Music” (Cotton Goods, 2010), un disco que pasó tristemente desapercibido–, quien altera tanto las imágenes como el audio. Al igual que lo hizo con The Boats, aloja sus propios elementos en los prestados, y sin apartarse en demasía de ellos la lleva a un nivel distinto, fantasmal. “Particle Stream” es ahora volátil, imposible de palpar, sobre todo vaporoso e indistinguible, como esas fotografías deterioradas por la humedad y el paso del tiempo.
Tan solo una pieza de audio, otra de vídeo, más sus reconstrucciones bastan para erigir a este disco como una pieza mayor, una en la que en su aparente insignificancia exhibe la hermosura de la naturaleza eterna pero fragilizada a causa del avance irrefrenable del hombre. A junio de 2010, la playa de Anne, locación del disco, se está ahogando por una gran mancha de petróleo. “Quiet Rain” es una muestra de la belleza de es lugar, como los hay en muchas partes, un consuelo y un recuerdo de lo bello que alguna vez fue, un llanto en la distancia.
Hawái.
Pensar que Zach Condon tenía tan solo 19 años cuando editó su primer disco, “Gulag Orkestar” allá en 2006. Hoy, cinco años después vuelve a sorprender con su magia y amor por la música barroca en lo que constituye su tercer disco hasta la fecha, "The Rip Tide".
No es un dato menor que sea el tercer disco en su carrera. Muchas veces se tiene miedo al segundo lanzamiento, pero el tercero suele ser incluso más crucial. Y más aun tratándose de un artista tan jóven y que viene de dos discos excepcionales sumamente respetados por la crítica y el público a nivel global. La expectativa ya estaba generada.
Fue grabado en el invierno de 2010 con una banda de 11 miembros y es el disco más corto de su carrera (9 canciones en unos rápidos 33 minutos) pero que sigue manteniendo esa orquestación totalmente disfrutable para llegar a canciones pop de 3 minutos que conmueven y suben los ánimos. No es este el caso de que en el tercer disco cambian sustancialmente de estilo, sino que es un Beirut muy Beirut, y hasta algunos quizás lo critiquen por la poca reinvención que hizo entre disco y disco.
Lo cierto es que la fórmula le funciona: muchos instrumentos (Zach tiene como meta aprender a tocar un nuevo instrumento cada mes, y se nota), melodías soleadas y una voz cada vez más afianzada hacen de "The Rip Tide" quizás el disco más accesible de los tres (teniendo en cuenta que los otros tampoco eran muy difíciles de digerir, asi es que imaginen). Pop en un estado más que puro. Y para los que le gusta el costado más baladístico, tienen para deleitarse: la bella “Goshen” y “The Peacock” son las encargadas de este segmento siendo los lentazos del álbum.
Optimista, mudándose del otoño a la primavera está Zach y sus secuaces bajo el nombre de Beirut. Un tercer disco que para sus más fieles seguidores puede ser una decepción, pero que de a poco va “creciendo” en uno, un disco que no baja su nivel (pero que a veces se torna difícil de comparar con sus lanzamientos previos) y se nota la evolución del joven inquieto Zach Condon como vocalista y escritor.
por Rodrigo Piedra
desde Indie Hoy.
Sintoniza El Sueño del Esquimal, hoy jueves a las 21:00 hrs por Radio Placeres 87.7 fm desde Valparaíso, online además por aquí...
No es un dato menor que sea el tercer disco en su carrera. Muchas veces se tiene miedo al segundo lanzamiento, pero el tercero suele ser incluso más crucial. Y más aun tratándose de un artista tan jóven y que viene de dos discos excepcionales sumamente respetados por la crítica y el público a nivel global. La expectativa ya estaba generada.
Fue grabado en el invierno de 2010 con una banda de 11 miembros y es el disco más corto de su carrera (9 canciones en unos rápidos 33 minutos) pero que sigue manteniendo esa orquestación totalmente disfrutable para llegar a canciones pop de 3 minutos que conmueven y suben los ánimos. No es este el caso de que en el tercer disco cambian sustancialmente de estilo, sino que es un Beirut muy Beirut, y hasta algunos quizás lo critiquen por la poca reinvención que hizo entre disco y disco.
Lo cierto es que la fórmula le funciona: muchos instrumentos (Zach tiene como meta aprender a tocar un nuevo instrumento cada mes, y se nota), melodías soleadas y una voz cada vez más afianzada hacen de "The Rip Tide" quizás el disco más accesible de los tres (teniendo en cuenta que los otros tampoco eran muy difíciles de digerir, asi es que imaginen). Pop en un estado más que puro. Y para los que le gusta el costado más baladístico, tienen para deleitarse: la bella “Goshen” y “The Peacock” son las encargadas de este segmento siendo los lentazos del álbum.
Optimista, mudándose del otoño a la primavera está Zach y sus secuaces bajo el nombre de Beirut. Un tercer disco que para sus más fieles seguidores puede ser una decepción, pero que de a poco va “creciendo” en uno, un disco que no baja su nivel (pero que a veces se torna difícil de comparar con sus lanzamientos previos) y se nota la evolución del joven inquieto Zach Condon como vocalista y escritor.
por Rodrigo Piedra
desde Indie Hoy.
Sintoniza El Sueño del Esquimal, hoy jueves a las 21:00 hrs por Radio Placeres 87.7 fm desde Valparaíso, online además por aquí...
Braids - WIRED: Episode 91 (NXNE 2011) from THE iNDiE MACHiNE on Vimeo.
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