Electrónica fragmentada, la extensión de la fragilidad que toma forma en la música de una pequeña mujer, misterios que se evaporan con el humo de un cigarro en la neblina junto al riachuelo, este fuego de otoño nos arrastra hacia las historias de carreteras, sonoridades que se disparan mientras observamos desde una orilla.
MOUSE ON MARS
Parastrophics
monkeytown, 2012
Parastrophics
monkeytown, 2012
En el transcurso de sus diez discos, y por no mencionar el sinfín de proyectos paralelos, remezclas y colaboraciones, Jan Saint Werner y Andi Toma se han establecido como dos de los artistas más originales e impredecibles de la música electrónica. Mouse On Mars viene realizando música desde 1993 con un estilo inaudito que los ubica como grandes exponentes del techno experimental y la música ambient. Lo cierto es que ya tienen listo "Parastrophics" –a través de Monkeytown Records, compañía discográfica creada por Modeselektor-, su regreso musical después de seis años de silencio. Justo cuando uno pensaba que ya no habría novedades, sin embargo se las arreglaron para seguir siendo parte de la conversación.
"Parastrophics" transita a lo largo de sus trece pistas con muy pocas pausas y oportunidades de recuperar el aire: todo habita en constante movimiento. Un álbum efervescente, de formas compulsivas, lleno de energía cinética y detalles adictivos. Y aunque el disco mantiene una línea imprecisa entre la ensalada de efectos e instrumentos, en ningún momento suena incoherente y expresa un sentido de control persuasivo. Constantemente existe una elegancia en la manera en que cada elemento entra y sale de la mezcla, acompañada sutilmente por un alto contenido de efectos especiales y sonidos de sintetizadores analógicos.
Entre los tracks más destacados se encuentran el primer corte de difusión, "Polaroyced", tres minutos de un vibrante funk sintético que además nos entrega un dejo de música para videojuegos en 8 bits; "Metrotopy", con ritmos lejanamente electro; "They Know Your Name", creada sobre una base que alguna vez fue disco; "Imatch", cargada de efectos especiales, y el excesivo final con "Seaqz", una pieza frenética e inquieta, colmada de filtros pasados de vuelta.
Tras escucharlo varias veces no quedan dudas de que en "Parastrophics" plasman lo mejor de toda su carrera, y a pesar del extenso silencio que conservaron valió la espera para que Mouse On Mars siga hipnotizando.
por David Infante
desde rocktails.com.ar
"Parastrophics" transita a lo largo de sus trece pistas con muy pocas pausas y oportunidades de recuperar el aire: todo habita en constante movimiento. Un álbum efervescente, de formas compulsivas, lleno de energía cinética y detalles adictivos. Y aunque el disco mantiene una línea imprecisa entre la ensalada de efectos e instrumentos, en ningún momento suena incoherente y expresa un sentido de control persuasivo. Constantemente existe una elegancia en la manera en que cada elemento entra y sale de la mezcla, acompañada sutilmente por un alto contenido de efectos especiales y sonidos de sintetizadores analógicos.
Entre los tracks más destacados se encuentran el primer corte de difusión, "Polaroyced", tres minutos de un vibrante funk sintético que además nos entrega un dejo de música para videojuegos en 8 bits; "Metrotopy", con ritmos lejanamente electro; "They Know Your Name", creada sobre una base que alguna vez fue disco; "Imatch", cargada de efectos especiales, y el excesivo final con "Seaqz", una pieza frenética e inquieta, colmada de filtros pasados de vuelta.
Tras escucharlo varias veces no quedan dudas de que en "Parastrophics" plasman lo mejor de toda su carrera, y a pesar del extenso silencio que conservaron valió la espera para que Mouse On Mars siga hipnotizando.
por David Infante
desde rocktails.com.ar
Venimos sintiendo, de nuevo, las contracciones que agitan y conmocionan la ascesis de la música contemporánea con apegos al mundo antiguo desde que "Marienbad" fue filtrado como adelanto de esta egregia obra en RVNG Intl.; sello llamado a ser, otra vez, de nuestros mayores proveedores de placer del año. No diremos que no había expectación y que no es adoración, pues la había y lo es, hacia Julia Shammas Holter lo que siempre sentimos -y por eso, porque se lo merece, elegimos "Tragedy", su primer largo oficial, como mejor disco del año pasado-; pero con semejantes aspiraciones modernas en las declinaciones y revisiones clásicas, estamos a un paso, si no de pleno, en la monomanía. Algo que parece que no es cosa de algunos que creemos en Música enchiriadis, ars veterum, nova y subtilior en un sentido amplio y en el recreo hondo de lo moderno sobre lo pretérito, sino que parece haber trascendido y les lleva a otros a adquirir su debut referido a precio de oro en los mercados mejor provistos de las tres uves dobles. Y es que, definitivamente, su música tiene algo que sugiere el misterio excelso, roza la eternidad, la trascendencia y sublima, en tanto que sobrecoge y extatiza. En la tímbrica, en los desarrollos compositivos, en su dramatización intepretativa, en las dinámicas, en las fugas, en la isorritmia, en la coloración, en su talea y en cierta gracia (entiéndase en su acepción mística, claro) epifánica, armónica y melódica, estriba. Por eso que se genere mito, aunque sea a estas velocidades víricas. Más allá de su fenomenológico efecto, el disfrute de la música de Julia Holter le conmina a uno a los caprichos estéticos de la convergencia de siglos de música culta, desde las polifonías y cantorales de la Edad Media hasta la música concreta, el arte sonoro de campo, los ensayos musicales de las distintas vanguardias, la música electrónica y las pedanías de novopop. "Ekstasis", por eso y porque es inspiración constante y evolutiva, en la singularidad de cada pieza y en su conjunto, es una de las cúspides más bellas que la música ‘pop’ nos ha dado -y nos va a dar- este año. Pináculo ornado, éxtasis, que lo genera y lo propicia. Ensortijado.
El objetivo, siempre alegórico, y el interés mitológico de "Ekstasis" lleva a Julia Holter a pasar del Hipólito de Eurípides a los códices medievales iluminados y a equidistar musicalmente la sofisticación cultista de "Tragedy" en un lugar intermedio, virtuoso en lo accesible y pop - sin perder pureza y belleza y con otros gananciales-, con el que fuera su EP para Sixteen Tambourines, "Eating the Stars", después de "Celebration", "Cookbook" y ese delicioso 7” para Human Ear que algunos poseemos con cierto celo. Se compone de diez movimientos o piezas que, en sí mismas, son obras únicas que integran andantes, allegros y vivaces y combinan la tecnología sabiamente empleada, plenas y celestes intervenciones vocales y un resultado instrumental de cámara que alterna clavicordios, espinetas y otras cuerdas clásicas pulsadas con teclados sintéticos, cajas de ritmo y el efecto y modulación intervenida por distintos loops de pedales que presiona. Le confieren a este segundo largo oficial una indescriptible atemporalidad sobrenatural y enaltecida y una superdotada beldad de resonancias, magnetismos y vibraciones explorando confines creativos que llevan a Holter a transitar texturas de centurias, narrativas o teatralidades diversas y ricas evocaciones, a ligeras aproximaciones exóticas (lógica influencia de Pashupati nah Mishra) y a retar un ejercicio de vinculación y superación intelectual y emocional hacia una experimentación pop (muy en la línea de Laurie Anderson, Robert Ashley, Meredith Monk o Arthur Russell) propiciando en el oyente, con meticulosa sencillez, sublimación y eficacia, lo que ya se sugiere desde su título. Embelesamiento y arrobo. Música pop, música culta. O magnum mysterium. Salve Julia.
por David Cano
desde notodo.com
desde
hawai.wordpress.com
Normalmente hablo de lo rápido que aparecen nuevos trabajos, de lo incesante que esto se ha convertido, semana a semana, día a día, que esto ya parece una queja, pero no lo es para nada. Sin embargo, esto tiene efectos negativos, y una de sus consecuencias más comunes es que cada vez más muchos de ellos se nos cuelan por las manos sin que tan siquiera podamos palparlos. Pues, de entre los muchos que sufrieron tal efecto son estos dos, referencias en formato reducido, formato que agrada demasiado, que entre fin de año uno, y un poco más lejano el otro, se nos escaparon sin que tuvieran mayor repercusión, al menos acá, sin merecer en lo absoluto esa falta de respuesta. Y acá y ahora estamos, para hacer algo de justicia.
Hace un año y poco más ISAN regresaban del silencio con “Glow In The Dark Safari Set” (Morr Music, 2010), una vuelta del dúo de magos analógicos que entregaba, como siempre, un puñado de canciones de de electrónica pop tan adorables como siempre lo han hecho. Sus redes análogas de sistemas integrados de nuevo extendían sus hilos en pequeños cuadros de belleza inmarchitable, con un sonido mirando al pasado pero sin perder vigencia – de entre eso que se dio en llamar indietrónica ellos sobresalían, un lugar al que llegaron por sorpresa, pues lo suyo venía desde antes–. El track que cerraba ese disco era precisamente “Eastside”, el mismo que ahora sirve para que de artistas se sirvan de él para armar un disco que a partir de una pista arma un disco entero y completamente nuevo, de un modo similar a como el mini-LP de múm “Please Smile My Nose Bleed” (Morr Music, 2001) [082] lo es: de unos pocos sonidos se arman varios sin sonar repetitivo sino todo lo contrario. “Eastside” es un 12” (más tres temas en forma de descarga) publicado e instigado por Simon Scott y su label personal, Kesh. El tema principal, “Eastside (Original)” es una versión extendida de a que terminaba su anterior trabajo: quince minutos en el corazón de un robot que también puede sentir. El tema ocupa toda la cara A del 12”, y lenta y levemente va desarrollando las ideas, haciendo del sonido vaporoso una marca ya propia en y casi intransferible de Ryan & Saville, unos ecos que se suspenden como brumas de aire frío en el espacio, una melodía eterna y eterna a la vez, la que parece que toda su vida han buscado y que muchas veces han hallado –como complemento está “Eastside (Dub Remix)” más sigilosa que la anterior–. Poco hay que hacer con ella, pues el momento de magia ya ha ocurrido apenas empieza a girar el disco. Pero, sin embargo, hay una tropa de valientes que pretenden remozar la pintura original. El primero de ellos es SIMON SCOTT, el incitador, quien lo lleva a su terreno de mantras ambientales, como en sus discos para Low Point, y un poco más lejos de “Bunny” (Miasmah, 2011) [165], cargando y espesando la original. Llega el turno de TAYLOR DEUPREE quien traslada a ISAN al campo de las microscopías acústicas y a la electrónica a campo abierto, uno donde las casualidades se convierten en aciertos, donde los sonidos inesperados se hacen encantadores, donde los detalles pasan a primer plano y los ruidos se convierten en insectos que deshacen la canción. STEINBRÜCHEL, cerrando el vinilo, hace algo parecido, pero en tonalidades más bajas, siendo el reverso con algo menos de luz –salvo el final– que el anterior remix. THE SIGHT BELOW (Rafael Anton Irisarri) le imprime más ritmo, pero conservando bastante de su carácter retraído: es como si metiera el track en una lavadora a velocidad muy baja, mezclando colores fuertes con otros suaves. AUTISTICI vuelve a la calma, introduciendo partículas de polvo y sumándole algo de suciedad a las limpias melodías. “Eastside” es un disco que es una sola pieza multiplicada por siete, una misma en siete coloraciones diferentes que lo son todo menos monótono. Antony, Robin & cía. exprimiendo al máximo las posibilidades que tiene una melodía perfecta.
Es ahora turno de cruzar el Canal de la Mancha y llegar hasta Alemania. Volker Bertelmann es el nombre real bajo el cual se refugia ese hogar de ruidos atrayentes generados por un piano llamado Hauschka. De ese hogar han salido varios trabajos, teniendo solo este año uno en FatCat y otro en Sonic Pieces, junto a Hildur Guðnadóttir. Para la ocasión tenemos el último de sus vástagos, un 10” para Serein aparecido en el umbral entre el fin del pasado año y el comienzo del actual. “Youyoume” supone un acercamiento en dimensiones pequeñas a los mundos plagados de notas tenues que salen de la casa de Volker. La pieza central la ocupa la cara A, con “So Close”, doce minutos en los que se supone se manifiesta su interés por el house, reflejado y transformado a sus maneras de ver la música de baile, con sus herramientas y sus técnicas. Es esta una pieza que atraviesa por varios estados, de la tranquilidad a la euforia –en eso se acerca a la dance music, como a cualquier baile tribal–, manejando los sonidos como ritmos que van y vienen, se aproximan y toman distancia, mientras al frente juega con distintos timbres, notas que más bien parecen pulsaciones y pequeños despuntes entre las cadencias tensas hasta el apacible final. Ese tono último es el característico de la cara opuesta: “So Far” pasa, como dice el título, de la cercanía a la lejanía, pero aquellas distancias acercan las emociones al punto en que parecen llorar, como una buena escena de cine en donde la música no exacerba el momento, sino que a través de la ligereza aumenta la sensibilidad. “Paige And Jane” va por caminos parecidos (con la ayuda del cello), recorriendo los trayectos de la tristeza que son dignos de convertirse en postales de recuerdos llenos de angustias necesarias. You, you & me. Tan cerca, tan lejos.
desde
hawai.wordpress.com
El objetivo, siempre alegórico, y el interés mitológico de "Ekstasis" lleva a Julia Holter a pasar del Hipólito de Eurípides a los códices medievales iluminados y a equidistar musicalmente la sofisticación cultista de "Tragedy" en un lugar intermedio, virtuoso en lo accesible y pop - sin perder pureza y belleza y con otros gananciales-, con el que fuera su EP para Sixteen Tambourines, "Eating the Stars", después de "Celebration", "Cookbook" y ese delicioso 7” para Human Ear que algunos poseemos con cierto celo. Se compone de diez movimientos o piezas que, en sí mismas, son obras únicas que integran andantes, allegros y vivaces y combinan la tecnología sabiamente empleada, plenas y celestes intervenciones vocales y un resultado instrumental de cámara que alterna clavicordios, espinetas y otras cuerdas clásicas pulsadas con teclados sintéticos, cajas de ritmo y el efecto y modulación intervenida por distintos loops de pedales que presiona. Le confieren a este segundo largo oficial una indescriptible atemporalidad sobrenatural y enaltecida y una superdotada beldad de resonancias, magnetismos y vibraciones explorando confines creativos que llevan a Holter a transitar texturas de centurias, narrativas o teatralidades diversas y ricas evocaciones, a ligeras aproximaciones exóticas (lógica influencia de Pashupati nah Mishra) y a retar un ejercicio de vinculación y superación intelectual y emocional hacia una experimentación pop (muy en la línea de Laurie Anderson, Robert Ashley, Meredith Monk o Arthur Russell) propiciando en el oyente, con meticulosa sencillez, sublimación y eficacia, lo que ya se sugiere desde su título. Embelesamiento y arrobo. Música pop, música culta. O magnum mysterium. Salve Julia.
por David Cano
desde notodo.com
De entre los muchos netlabels que han surgido en la red, muchos de ellos se orientan hacia aquella música para las tardes heladas con vista al horizonte llamado ambient. Y uno de ellos ha nacido en Chile, el vehículo a través del cual un músico pretenda dar cabida a músicos que en este lado de la esfera desarrollan ideas más o menos comunes, con la misma mirada puesta en parajes similares. Y, como no podía ser de otra forma, para publicar sus propios trabajos, llenos de tranquilidad ensordecedora. La primera referencia fue el interesante recopilatorio “Tierra Desnuda” (2011), lo que parece ser el árbol desde donde derivaran muchas de sus ramas. El que tenemos ahora tiene por número OAN04 y corresponde a quien está a cargo de tan loable la idea.
Para aquellos que no lo conocen, pueden hacerse una idea de lo que es Atrio Serenade yendo a ese resumen editado el año pasado, pero si quieren hacerse una idea más completa, deben ir a “Siempre y para siempre”, el primer disco autoeditado a principios de 2011, que fue el que oí al poco tiempo de conocerle. De hecho, un tiempo atrás ya había tenido la posibilidad de escuchar algunos de sus temas, muchos de los cuales colgaba en su soundcloud y su bandcamp y que renacen ahora en este disco. ¿Y quién es Atrio Serenade? Bajo ese nombre se oculta Gerardo Astete, un músico joven con un pasado ligado a la electrónica más extática, pero que para su nueva vida escoge desviarse hacia la conformación de atmósferas calmas, con pequeñas desviaciones hacia el dub congelado (el legado de Basic Chanell–Chain Reaction se niega a desaparecer) y hacia la ciencia ficción estelar. “Devoción indómita” es el segundo disco largo, previo a la edición por Murmur (Japón) de “El ritmo del durmiente”, y viene a ser una ‘recopilación del trabajo grabado desde el año 2005 hasta la fecha’, en dónde aquello de larga duración lo entiende en su sentido más amplio: noventa y nueve minutos repartidos en tan solo cuatro tracks –siguiendo la estela de Brock Van Wey, con quien comparte más de una idea–, en los que es fácil perderse, y que pese a tener ese carácter, de recopilación, conserva una profunda unidad a lo largo de sus amplias y vastas planicies, más de lo que cabría esperar en un principio. Lo que ya se anunciaba en “Siempre y por siempre” se mantiene y refuerza acá. De hecho, el comienzo de este trabajo es por medio de “Vientos eternos (versión extendida)”, ampliación de una pieza aparecida en aquel disco, acá en su duración primera: veintisiete minutos –el resto anda por ahí– en que desde una tranquilidad sacada casi de un santuario budista se da paso a unos fríos ambientes propios de los montes tibetanos. Para mi gusto, la mejor de todas. “No hay tiempo, no hay espacio, solo tú” es más reposada, donde un manto de texturas de electrónica sutil descansan inmóviles, primero más oscuro, hasta tomar un color claro: las variaciones, como en general en el resto, no está dispuesta de forma evidente, sino que más bien escondida entre los lineamientos básicos y, dentro de ellos, subidas y bajadas leves de tonalidad, como una marea muy lenta. Los otros dos tracks conforman lo que vendría a ser un segundo hipotético, en el que grabaciones humanas roban algo el protagonismo, primero en “El reflejo de tus ojos”, algo así como Robert Henke de visita al campo y desprovisto de cualquier beat –maravilloso su final rodeado de aves silvestres–, y finalmente en “Ensueño, calma, reposo, paz”, a la caza del drone infinito. “Se encienden las primeras estrellas. Dulce ensueño, ensueño…”. Calma hipnótica, profundidad marina de un calor abrasador que a partir del cuarto de hora contiene los diez mejores minutos del disco: la herencia alemana de la que hablaba antes cobra vida en su final de ambient pop áspero y techno-dub bajo cero y reducido a su esqueleto.
“La línea madre de Atrio Serenade es lograr un mar de atmosferas profundas llenas de paz, belleza y sencillez”. Tres de esas palabras son las que resumen lo que es “Devoción indómita”, profundidad, paz y sencillez. Serenidad estacionada en un segundo paso largo que me parece es el inicio de algo que puede ser aún mejor, cuando se vuelva todavía más repetitiva, cuando el loop llegue a un punto de no retorno y cuando los sonidos que emanan al comienzo del disco se encuentren con los brillan en su final. Contemplando la tranquilidad, esperando la gloria.
Para aquellos que no lo conocen, pueden hacerse una idea de lo que es Atrio Serenade yendo a ese resumen editado el año pasado, pero si quieren hacerse una idea más completa, deben ir a “Siempre y para siempre”, el primer disco autoeditado a principios de 2011, que fue el que oí al poco tiempo de conocerle. De hecho, un tiempo atrás ya había tenido la posibilidad de escuchar algunos de sus temas, muchos de los cuales colgaba en su soundcloud y su bandcamp y que renacen ahora en este disco. ¿Y quién es Atrio Serenade? Bajo ese nombre se oculta Gerardo Astete, un músico joven con un pasado ligado a la electrónica más extática, pero que para su nueva vida escoge desviarse hacia la conformación de atmósferas calmas, con pequeñas desviaciones hacia el dub congelado (el legado de Basic Chanell–Chain Reaction se niega a desaparecer) y hacia la ciencia ficción estelar. “Devoción indómita” es el segundo disco largo, previo a la edición por Murmur (Japón) de “El ritmo del durmiente”, y viene a ser una ‘recopilación del trabajo grabado desde el año 2005 hasta la fecha’, en dónde aquello de larga duración lo entiende en su sentido más amplio: noventa y nueve minutos repartidos en tan solo cuatro tracks –siguiendo la estela de Brock Van Wey, con quien comparte más de una idea–, en los que es fácil perderse, y que pese a tener ese carácter, de recopilación, conserva una profunda unidad a lo largo de sus amplias y vastas planicies, más de lo que cabría esperar en un principio. Lo que ya se anunciaba en “Siempre y por siempre” se mantiene y refuerza acá. De hecho, el comienzo de este trabajo es por medio de “Vientos eternos (versión extendida)”, ampliación de una pieza aparecida en aquel disco, acá en su duración primera: veintisiete minutos –el resto anda por ahí– en que desde una tranquilidad sacada casi de un santuario budista se da paso a unos fríos ambientes propios de los montes tibetanos. Para mi gusto, la mejor de todas. “No hay tiempo, no hay espacio, solo tú” es más reposada, donde un manto de texturas de electrónica sutil descansan inmóviles, primero más oscuro, hasta tomar un color claro: las variaciones, como en general en el resto, no está dispuesta de forma evidente, sino que más bien escondida entre los lineamientos básicos y, dentro de ellos, subidas y bajadas leves de tonalidad, como una marea muy lenta. Los otros dos tracks conforman lo que vendría a ser un segundo hipotético, en el que grabaciones humanas roban algo el protagonismo, primero en “El reflejo de tus ojos”, algo así como Robert Henke de visita al campo y desprovisto de cualquier beat –maravilloso su final rodeado de aves silvestres–, y finalmente en “Ensueño, calma, reposo, paz”, a la caza del drone infinito. “Se encienden las primeras estrellas. Dulce ensueño, ensueño…”. Calma hipnótica, profundidad marina de un calor abrasador que a partir del cuarto de hora contiene los diez mejores minutos del disco: la herencia alemana de la que hablaba antes cobra vida en su final de ambient pop áspero y techno-dub bajo cero y reducido a su esqueleto.
“La línea madre de Atrio Serenade es lograr un mar de atmosferas profundas llenas de paz, belleza y sencillez”. Tres de esas palabras son las que resumen lo que es “Devoción indómita”, profundidad, paz y sencillez. Serenidad estacionada en un segundo paso largo que me parece es el inicio de algo que puede ser aún mejor, cuando se vuelva todavía más repetitiva, cuando el loop llegue a un punto de no retorno y cuando los sonidos que emanan al comienzo del disco se encuentren con los brillan en su final. Contemplando la tranquilidad, esperando la gloria.
desde
hawai.wordpress.com
Normalmente hablo de lo rápido que aparecen nuevos trabajos, de lo incesante que esto se ha convertido, semana a semana, día a día, que esto ya parece una queja, pero no lo es para nada. Sin embargo, esto tiene efectos negativos, y una de sus consecuencias más comunes es que cada vez más muchos de ellos se nos cuelan por las manos sin que tan siquiera podamos palparlos. Pues, de entre los muchos que sufrieron tal efecto son estos dos, referencias en formato reducido, formato que agrada demasiado, que entre fin de año uno, y un poco más lejano el otro, se nos escaparon sin que tuvieran mayor repercusión, al menos acá, sin merecer en lo absoluto esa falta de respuesta. Y acá y ahora estamos, para hacer algo de justicia.
Hace un año y poco más ISAN regresaban del silencio con “Glow In The Dark Safari Set” (Morr Music, 2010), una vuelta del dúo de magos analógicos que entregaba, como siempre, un puñado de canciones de de electrónica pop tan adorables como siempre lo han hecho. Sus redes análogas de sistemas integrados de nuevo extendían sus hilos en pequeños cuadros de belleza inmarchitable, con un sonido mirando al pasado pero sin perder vigencia – de entre eso que se dio en llamar indietrónica ellos sobresalían, un lugar al que llegaron por sorpresa, pues lo suyo venía desde antes–. El track que cerraba ese disco era precisamente “Eastside”, el mismo que ahora sirve para que de artistas se sirvan de él para armar un disco que a partir de una pista arma un disco entero y completamente nuevo, de un modo similar a como el mini-LP de múm “Please Smile My Nose Bleed” (Morr Music, 2001) [082] lo es: de unos pocos sonidos se arman varios sin sonar repetitivo sino todo lo contrario. “Eastside” es un 12” (más tres temas en forma de descarga) publicado e instigado por Simon Scott y su label personal, Kesh. El tema principal, “Eastside (Original)” es una versión extendida de a que terminaba su anterior trabajo: quince minutos en el corazón de un robot que también puede sentir. El tema ocupa toda la cara A del 12”, y lenta y levemente va desarrollando las ideas, haciendo del sonido vaporoso una marca ya propia en y casi intransferible de Ryan & Saville, unos ecos que se suspenden como brumas de aire frío en el espacio, una melodía eterna y eterna a la vez, la que parece que toda su vida han buscado y que muchas veces han hallado –como complemento está “Eastside (Dub Remix)” más sigilosa que la anterior–. Poco hay que hacer con ella, pues el momento de magia ya ha ocurrido apenas empieza a girar el disco. Pero, sin embargo, hay una tropa de valientes que pretenden remozar la pintura original. El primero de ellos es SIMON SCOTT, el incitador, quien lo lleva a su terreno de mantras ambientales, como en sus discos para Low Point, y un poco más lejos de “Bunny” (Miasmah, 2011) [165], cargando y espesando la original. Llega el turno de TAYLOR DEUPREE quien traslada a ISAN al campo de las microscopías acústicas y a la electrónica a campo abierto, uno donde las casualidades se convierten en aciertos, donde los sonidos inesperados se hacen encantadores, donde los detalles pasan a primer plano y los ruidos se convierten en insectos que deshacen la canción. STEINBRÜCHEL, cerrando el vinilo, hace algo parecido, pero en tonalidades más bajas, siendo el reverso con algo menos de luz –salvo el final– que el anterior remix. THE SIGHT BELOW (Rafael Anton Irisarri) le imprime más ritmo, pero conservando bastante de su carácter retraído: es como si metiera el track en una lavadora a velocidad muy baja, mezclando colores fuertes con otros suaves. AUTISTICI vuelve a la calma, introduciendo partículas de polvo y sumándole algo de suciedad a las limpias melodías. “Eastside” es un disco que es una sola pieza multiplicada por siete, una misma en siete coloraciones diferentes que lo son todo menos monótono. Antony, Robin & cía. exprimiendo al máximo las posibilidades que tiene una melodía perfecta.
Es ahora turno de cruzar el Canal de la Mancha y llegar hasta Alemania. Volker Bertelmann es el nombre real bajo el cual se refugia ese hogar de ruidos atrayentes generados por un piano llamado Hauschka. De ese hogar han salido varios trabajos, teniendo solo este año uno en FatCat y otro en Sonic Pieces, junto a Hildur Guðnadóttir. Para la ocasión tenemos el último de sus vástagos, un 10” para Serein aparecido en el umbral entre el fin del pasado año y el comienzo del actual. “Youyoume” supone un acercamiento en dimensiones pequeñas a los mundos plagados de notas tenues que salen de la casa de Volker. La pieza central la ocupa la cara A, con “So Close”, doce minutos en los que se supone se manifiesta su interés por el house, reflejado y transformado a sus maneras de ver la música de baile, con sus herramientas y sus técnicas. Es esta una pieza que atraviesa por varios estados, de la tranquilidad a la euforia –en eso se acerca a la dance music, como a cualquier baile tribal–, manejando los sonidos como ritmos que van y vienen, se aproximan y toman distancia, mientras al frente juega con distintos timbres, notas que más bien parecen pulsaciones y pequeños despuntes entre las cadencias tensas hasta el apacible final. Ese tono último es el característico de la cara opuesta: “So Far” pasa, como dice el título, de la cercanía a la lejanía, pero aquellas distancias acercan las emociones al punto en que parecen llorar, como una buena escena de cine en donde la música no exacerba el momento, sino que a través de la ligereza aumenta la sensibilidad. “Paige And Jane” va por caminos parecidos (con la ayuda del cello), recorriendo los trayectos de la tristeza que son dignos de convertirse en postales de recuerdos llenos de angustias necesarias. You, you & me. Tan cerca, tan lejos.
desde
hawai.wordpress.com
Tres discos casi insuperables, los primeros. Rodadas orquestales, contagiadas de una cínica melancolía romántica que hipnotizaba, hacía los corazones palpitar, envolvía con sus sonidos oscuros y sensuales a los oídos como quien envuelve a los amantes en abrigos de piel. En muchos sentidos, "Tindersticks" (1993), "Tindersticks II" (1995) y sobre todo, el extraordinario "Curtains" (1997) lograron vencer en esa lucha imposible de lo estético por alcanzar alguna forma quintaesencial: la agrupación inglesa, liderada por Stuart Staples, era todo lo que un grupo adjetivizado como ellos (romántico, sensual, el humo del cigarro, etcétera) debía de ser. Sin una falla.
En mucho, estas características respondían de manera evidente a las dos fuerzas creativas de la banda: Staples acuñaba composiciones sencillas, catárticas, que en su repetición iban formando una especie de trance cabaretero que formaba un maravilloso ritual de cortejo. Por otro lado, Dickon Hinchliffe, multi-instrumentalista estrella, formaba épicas maravillosas de arreglos complejos, mutantes, que dotaban a las composiciones originales de un avance narrativo brillante. Quizás, en la historia de la música popular contemporánea, solamente sea Nico Muhly un arreglista del tamaño de Hinchliffe.
Seis años pasaron, pues, para perfeccionar sus huecos de nicho. Para sobrevivir de sus reputaciones, una triología clásica, el armado de una identidad, “encontrar” y “perfeccionar” su sonido, todas esas cosas. Sin errar alguna. Con paso seguro. Hijos de la chanson francesa, de la obra temprana de Scott Walker, del soul más enigmático de Dutsy Springfield, de Roy Orbison, de Burt Bacharach. Un trabajo redondo; incluso cuando disminuyeron sus aventuras orquestales, en una segunda triología que titula desde "Simple Pleasure" (1999) hasta "Waiting for the Moon" (2003), otros eran los enfoques pero nunca la integridad y congruencia de lo que buscaban lograr desde el principio.
Para quien no haya esperado nunca nada de ellos, para el que se encuentra por accidente con alguna de sus piezas, el nombre de los Tindersticks debe de seguir en alto. A final de cuentas, es una música que difícilmente desagrada a quien la escucha, atrapa de inmediato; sin embargo, en su trabajo reciente hay un detenimiento indudable. Por decirlo así, una aburrimiento: la salida de Hinchliffe desvió los caminos de los grandes detalles por los lamentos iterantes de Staples, que a su vez partió a una carrera solista. El grupo, por algunos años, se desintegró. Aparecieron los rescatables "The Hungry Saw" y "Falling Down A Mountain", algunos trabajos para ambientar cinematografías, y la decisión de continuar.
"The Something Rain" fue lanzado en este contexto: el de un grupo que, desde que cerró su primer ciclo tripartita, no ha logrado ajustarse a sus propias potencialidades. Enormes. Gigantezcas; “Frozen” es una canción extraordinaria, pero extraña si gestada desde las arcas de los ingleses. “Medicine” ha perdido frente a su propia historia - Hinchliffe ha sido reemplazado por la monumentalidad de una caja de ritmos. Incluso “Chocolate”, una pieza que en realidad ha sido trabajada en todos sus discos, de forma distinta, y que necesita de la narración indescriptible de la voz de Staples, prescinde del líder de la banda.
Los Tindersticks han perdido su monumentalidad. Su monumentalidad orgánica. Aquello los salvaba. Aquello los dotaba de su identidad, se insiste, quintaesencial. Los hacía dueños de su propio universo. Ahora han caído en la producción limitada, los arreglos sencillos, las estructuras circulares. Hay congruencia, pero no impacto. No se siente aún el ajuste, ni demasiada satisfacción. Perderán el culto. Staples se convertirá en una voz más, idea antes impensable. Las canciones son fuertes, pero perderán a los de siempre: Aquellos locos y románticos e idiotas que nos arropábamos en piel, en silencio, en oscuridad y algunos humos para sentirnos deseados por la sonorización misma… del deseo.
por Bartolome Delmar Huerta
desde afterpop.tv
En ciertos momentos recuerdan a los Yo La Tengo más pop, incluso la voz de Dean Wareham se parece a la de Ira Kaplan (en Galaxie 500 no se notaba con tanta distorsión, supongo). Las canciones son puro pop, algunas verdaderos temazos como "Double Feature", otras bastante buenas como "23 Minutes in Brussels" o "Bonnie & Clyde" y otras más aburridillas como "Lost in Space"... Pero en general es un disco compensado y distraído que no pretende descubrir la rueda ni nada por el estilo pero que crea una atmósfera distendida.
El tercer disco de Luna marcó un nuevo punto alto en su carrera. La dupla Wareham/Eden está más que consolidada, y respaldados por la sólida sección rítmica, envuelven unas composiciones deliciosas en donde las agudas observaciones sociales del cantante continúan seduciéndonos por medio de su voz casi ausente.
En esta ocasión se atreven con composiciones más extensas: los más de seis minutos de la melancólica "Kalamazoo", "Freakin' And Peakin'", y el clásico absoluto de "23 Minutes In Brussels" (¿su "Marquee Moon" particular?) nos llevan a desear vivir dentro de ellas, o por lo menos a desear que no acabaran nunca.
El invitado estelar tampoco podía faltar, y es otro sueño cumplido para el Sr. Wareham: Ahora es Tom Verlaine (Television) quien ejecuta guitarras en "Moon Palace" y "23 Minutes In Brussels".
Además, esta edición incluye un cover (no acreditado en la portada ni en el libreto interior) de "Bonnie And Clyde" -original de Serge Gainsbourg- con Laetitia Sadier de Stereolab ejerciendo de moderna Brigitte Bardot.
Por desgracia, este punto cúlmine marcaría la carrera posterior de Luna. Continuaron siendo el grupo entrañable que siempre fueron, pero editando discos correctos aunque carentes de mayor innovación, algo que sólo cambiaría con el postrero "Rendezvous" (2004, Jetset Records).
El tercer disco de Luna marcó un nuevo punto alto en su carrera. La dupla Wareham/Eden está más que consolidada, y respaldados por la sólida sección rítmica, envuelven unas composiciones deliciosas en donde las agudas observaciones sociales del cantante continúan seduciéndonos por medio de su voz casi ausente.
En esta ocasión se atreven con composiciones más extensas: los más de seis minutos de la melancólica "Kalamazoo", "Freakin' And Peakin'", y el clásico absoluto de "23 Minutes In Brussels" (¿su "Marquee Moon" particular?) nos llevan a desear vivir dentro de ellas, o por lo menos a desear que no acabaran nunca.
El invitado estelar tampoco podía faltar, y es otro sueño cumplido para el Sr. Wareham: Ahora es Tom Verlaine (Television) quien ejecuta guitarras en "Moon Palace" y "23 Minutes In Brussels".
Además, esta edición incluye un cover (no acreditado en la portada ni en el libreto interior) de "Bonnie And Clyde" -original de Serge Gainsbourg- con Laetitia Sadier de Stereolab ejerciendo de moderna Brigitte Bardot.
Por desgracia, este punto cúlmine marcaría la carrera posterior de Luna. Continuaron siendo el grupo entrañable que siempre fueron, pero editando discos correctos aunque carentes de mayor innovación, algo que sólo cambiaría con el postrero "Rendezvous" (2004, Jetset Records).
desde
musicadeacuarelas.blogspot.com
Escucha El Sueño del Esquimal esta noche de jueves 12 de Abril a eso de las 21:00 hrs por Radio Placeres 87.7 fm desde Valparaíso transmitiendo a la izquierda del dial, y también on line desde acá.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario